Vivimos en un tiempo donde pareciera que el valor del ser humano radica en “ser alguien” o ser reconocido por personas. Esto se puede ver de muchas maneras. Las redes sociales, por ejemplo, son plataformas donde las personas pueden subir imágenes de sí mismos en donde se vean “bien” o estén de viaje a algún lugar maravilloso, esperando que las personas comenten sobre ellas. Otros publican videos y luego están pendientes para ver cuántos “likes” han recibido. Algunos no solo publican sus cosas, sino que dedican su tiempo en estas cosas para ganar seguidores que luego se convertirán en su público frecuente.
La realidad es que el ser humano necesita saber que tiene valor; que importa en un mundo donde es tan fácil pasar desapercibido ante todos.
Es un asunto de identidad
Cuando vamos a los primeros capítulos de la Biblia, encontraremos algo que a mi parecer, muchos no le prestan profunda atención. Génesis 1:26 dice:
Y dijo Dios: «Hagamos al hombre a Nuestra imagen, conforme a Nuestra semejanza; y ejerza dominio sobre los peces del mar, sobre las aves del cielo, sobre los ganados, sobre toda la tierra, y sobre todo reptil que se arrastra sobre la tierra».
Dios es el creador de todo lo que existe. Él es bueno porque todo lo que ha hecho es bueno en gran manera (Gén1:31). Ese Dios decidió crear al ser humano como el único que llevaría su imagen. Es decir, que como seres humanos, reflejamos al ser más importante. Dios nos ha dado un valor incomparable con cualquier otra cosa en el mundo.
Pero la realidad que vemos es que muchas personas en el mundo no se sienten satisfechos simplemente con saber eso. ¿Por qué?
Génesis 3:1-7 relata el evento más desastroso de la humanidad. Fue el inicio de la perdición del hombre, y asombrosamente tiene que ver con el disgusto con su propia identidad. Al momento de ser presentados con la posibilidad de ser algo que aparentemente era mejor que lo que ya eran, aprovecharon la oportunidad, y para su sorpresa, el resultado no fue nada agradable.
Evidentemente, buscar ser algo más que aquello que Dios ya nos ha dado es un intento rotundamente fallido y lleno de desilusión.
El problema del pecado
El pecado ha dañado al hombre a tal punto que lo ha hecho pensar que su valor se encuentra en circunstancias, posiciones, estatus sociales, reputación entre otras cosas. Y aquellos que carecen de esas cosas piensan de sí mismos como menos. Y esto no es algo de ahora:
26 Pues consideren, hermanos, su llamamiento. No hubo muchos sabios conforme a la carne, ni muchos poderosos, ni muchos nobles. 27 Sino que Dios ha escogido lo necio del mundo para avergonzar a los sabios; y Dios ha escogido lo débil del mundo para avergonzar a lo que es fuerte. 28 También Dios ha escogido lo vil y despreciado del mundo: lo que no es, para anular lo que es, 29 para que nadie se jacte delante de Dios.
30 Pero por obra Suya están ustedes en Cristo Jesús, el cual se hizo para nosotros sabiduría de Dios, y justificación, santificación y redención, 31 para que, tal como está escrito: «El que se gloría, que se gloríe en el Señor». 1 Corintios 1:26-31
Aparentemente en Corinto había cierta clase de separación entre las personas. Aquellos que el mundo consideraba como sabios, poderosos y nobles; y otros eran los necios, débiles, viles y despreciados. Lamentablemente, esta manera de pensar se estaba infiltrando en el pueblo de Dios. El identificarse con alguien que consideraban tenía una mayor capacidad de habla o elocuencia les daba más valor. Pero el Apóstol Pablo los dirige a donde deberían fijar sus ojos, es decir, hacia lo que Dios piensa sobre este asunto.
Aquel que creó a la humanidad, piensa diferente que el hombre pecador cegado por la mentira de que su valor se encuentra en las cosas de este mundo. Él ha escogido dar gracia a aquellos que el mundo considera como sin valor.
El Apóstol les dice a los corintios, y también a nosotros hoy, “consideren, hermanos, su llamamiento”. Nuestra identidad, nuestro valor se encuentra en lo que Dios ha hecho en nosotros, no en lo que el mundo ofrece. Dios ha llamado a no muchos nobles, poderosos o sabios conforme a la carne. Esto significa que quizás hubo algunos que el Señor llamó quienes estaban en esas categorías, lo cual indica que aunque se tenga cierta reputación eso no significa nada para Dios; aun les falta lo más importante: la gracia del llamamiento de Dios.
Nuestra “gloria”, nuestro gozo y satisfacción, nuestra jactancia no está lo que somos según el mundo, sino en Dios, quien ha hecho algo en nosotros que nadie ni nada nos puede dar: Nos ha hecho entender la verdad en un mundo de mentiras, nos ha perdonado de cosas que muchos ni siquiera se perdonan a sí mismos, nos ha hecho verdaderamente libres y todo esto a través de Jesucristo.
Conclusión
Creer que nuestro valor depende de la gente, el mundo, cosas materiales, reconocimientos u otras cosas, es creerle a satanás la misma mentira que usó con Adán y Eva. Dios ha hecho un hermoso plan para que el ser humano nunca más crea en tan terrible engaño. En Jesús se encuentra la plenitud de nuestro valor.
¿A quién le vas a creer, a satanás o a Dios?